lunes, 9 de agosto de 2010

Jimmy by MORIARTY

Escucha esto mientras me lees...


Jimmy won't you please come home
Where the grass is green and the buffaloes roam
Come see Jimmy your uncle Jim Your auntie Jimmie and your cousin Jim
Come home Jimmy because you need a bath
And your grandpa Jimmy is still gone daft

Now there's buffalo Jim and buffalo Jim
And Jim buffalo now didn't you know
Jim Jim Jimmy its your last cigarette
But there's buffalo piss and it's all kind of wet
Jambo Jimmy you'd better hold your nose
All roads lead to roam with the buffaloes

And the Buffaloes used to say be proud of your name
The Buffaloes used to say be what you are
The Buffaloes used to say roam where you roam
The Buffaloes used to say do what you do

Well you've gotta have a wash but you can't clean your name
You're now called Jimmy you'll be Jimmy just the same
The keys are in a bag in a chest by the door
One of Jimmy's friends has taken the floor
Jimmy won't you please come home
Where the grass is green and the buffaloes roam
Dear old Jimmy you've forgotten you're young
But you can't ignore the buffalo song

And the Buffaloes used to say be proud of your name
The Buffaloes used to say be what you are
The Buffaloes used to say roam where you roam
The Buffaloes used to say do what you do
If you remember you're (unkown / a gnome / a Noam)
Buffaloland will be your home

AROMAS EXTRAÑOS (Capítulo 1)


Al atardecer solía sentarme en el jardín. Era una costumbre que no tenía ninguna finalidad. Tan solo era algo casual que sucedía sin preámbulos y premeditaciones.

Me gustaba acompañarme de un libro, un periódico, o cualquier tarea que me distrajese del entorno. Sin motivo aparente, pues éste me resultaba delicioso.

Desde mi silla podía ver un amplio campo extenderse hacia el horizonte. Y a lo lejos unas serranías cubiertas de robledales y pinares hacían de barrera para que la mirada no se perdiera sin sentido en el horizonte. El sol se escondía allá y tanto en invierno como en verano, era agradable sentir los últimos rayos rozando mi cuerpo.

Como decía, habitualmente me sentaba en el mismo sitio al atardecer. Aunque me dedicaba a la lectura, simpre había algún insecto que desviaba mi atención. Otras veces era el viento que soplaba desde abajo hacia arriba y me levantaba las faldas. El viento no entendía de estaciones y de vez en cuando aparecía para saludarme. En invierno me desordenaba el moño y me alborotaba las ideas cuando bajaba veloz desde la veleta del tejado. Me parecía algo atrevido, aunque al final siempre me sacaba una carcajada.

Era una vida placentera. Solitaria. Llena de una actividad que ocurría más allá de los limites de mi propia existencia.

Era lunes, todavía no habían dado las cuatro de la tarde. El otoño caía suavemente sobre las tejas generando un chasquido suave e inconfundible. Las hojas al rozar se precipitaban hacia la hierba y se asomaban por las ventanas.

A esa hora siempre estaba descansando.

Golpearon la puerta con fuerza varias veces. Primero fueron dos golpes secos. Después cuatro seguidos. No recibía visitas de forma habitual. Sólo el martes, el lechero me entregaba el encargo semanal y los jueves un amigo ganadero me traía cerdo o cordero. Pero podrían haberse adelantado.

Según me acercaba a la puerta, estaba más convencida de que no serían ellos. Volvieron a dar golpes, esta vez con más suavidad. Ya había apoyado mis manos en la puerta pegué el lado derecho de mi cara con la intencion de oir algo. Pero ya sabían que estaba justo al otro lado, temblorosa y agitada.

El miedo se huele de lejos.

Quizás, antes de continuar con lo que sucedió, deba hablar un poco de mí misma o lo que es lo mismo, de mi casa.

Nunca he sido sincera diciendo mi edad, y ahora no será el momento, pero les haré una aproximación. Una mujer que goza de la soledad ya ha disfrutado de compañía. Una mujer que no busca compañía no es anciana, pues puede valerse por sí misma. Una mujer que no necesita ayuda es una mujer autosuficiente. Una mujer autosuficiente es una mujer que ha sabido vivir o sobrevivir y seguir adelante. Por tanto, como adivinarán, no soy joven. Tampoco soy vieja. Estoy sola. Pero desde hace un año, sólo y únicamente había deseado eso.

Esa casa es mía. Siempre fue mía, pues ya sabía que exitía el día que la imaginé. Tiene una planta con forma cuadrada. Está dividida en cuatro. Una habitación, un baño, una cocina y una sala. Todas las habitaciones tienen grandes ventanas. Siendo la cocina y la sala las que más luz reciben, ya que están comunicadas y no hay una puerta que las divida. Esa es la parte delantera de la casa, orientada hacia el Oeste. La puerta principal es muy grande, de madera antigua y algo carcomida. También hay un porche y un jardín. En la parte trasera está el corral donde tengo un gallo y cuatro gallinas.

Un palacio para una reina invisible.

Ese lunes de 1990 cambió el rumbo de mi vida.

Hoy pienso en las abejas cargadas del néctar de mis pensamientos. En su zumbido despistando mis ideas. Recuerdo el sonido de las hojas duras y afiladas de los magnolios al moverse. Y el crujir de las ramas de los dos tilos apostados en la entrada del jardín. Mi memoria no me engaña. Fue real, todo esto existió. Existe.

....

miércoles, 4 de agosto de 2010

LA CEGUERA DEL BALCON BONITO

Había una vez un balcón bonito y nada más. Todos los que pasaban por delante miraban tratando de ver que se escondía tras aquellos brillantes cristales. Era un balcón simpático, dotado de una gracia especial. Sonreía a quien le miraba, fuese quien fuese. Aunque se enfadaba mucho cuando no le hacían caso.
Las grandes ventanas tenían un llamativo y delicado marco de madera. Alrededor de cada cristal se dibujaba una franja azul primero, y roja después. Las esquinas tenian tallados unos ribetes con unas espirales que recordaban a las caracolas del mar. El balcón que le protegía era de hierro negro forjado, y desde abajo hasta la barandilla subían detalles de hojas y flores silvestres, como si alguien las hubiese traido desde los rincones más salvajes del mundo y las hubiera petrificado para ofrecer eternamente su belleza.
El balcón era un galán y gustaba de coquetear con los viandantes que se acercaban hasta él. Abría sus ventanas y las cortinas que estaban junto ellas se agitaban con energía. Ese movimiento sinuoso captaba la atención de hombres y mujeres llenándoles de pasión. El balcón disfrutaba enamorando a las personas. Se sentía bello y poderoso. Capaz de todo.
Una tarde, mientras se pavoneaba de su belleza y el sol le vestía de naranja. Una muchacha se acercó a él. Le clavó su mirada inocente y sintió cómo una inmensa tristeza se apoderaba de ella. Una lágrima cayó por su mejilla, luego otra y de pronto estaba llorando.
El balcón no entendía el porqué de tanta amargura, así que alargó uno de sus barrotes floridos y la trajo junto a él. Ella era diminuta. Probablemente no llegaba a la altura de un espárrago.
Cuando ésta se hubo calmado, el hermoso balcón le preguntó por el motivo de su desgracia y ella, mirándole con ternura le dijo: - Hay, al otro lado de la calle, un jardín lleno de árboles y flores. En el centro, un lago que canta atrae a los animales más preciosos. Más allá hay un pueblo, es un montón de casas apelotonadas unas junto a otras, las personas que allí viven se pelean, se quieren y a veces, también se odian. El mundo se extiende como un manto infinito lleno de vida. Pero cuando te miro, veo soledad. Hermetismo. Un traje de domingo. El vestido de la boda que nunca me puse. La belleza sin fin, sin rumbo. Sin destino.
El balcón se sintió terriblemente ofendido por las palabras de la niña. Un ser casi invisible, sin posibilidad de mostrarse al mundo porque su tamaño no se lo permitía... ¡sentía pena por él!
El balcón contestó: - Pequeña, mi grandeza y perfección maravillan al mundo, no necesito salir a pasear mi hermosura. En cambío, tú eres un ser inisignificante, nadie percibe tu presencia pues apenas alcanzas la altura del tallo de una flor. Cómo puedes sentir pena por mí...
Ella pidió al balcón que le bajase al suelo. Y mirándole con compasión se alejó.
Por primera vez se sintió abandonado. El balcón quiso ir detrás de ella y hablarle, explicarle.
Fue entonces cuando se dio cuenta de su inmovilidad. Comprendió que sólo los ojos de los demás le veían, sin embargo él no era capaz de ver nada, pues estaba pegado al muro invisible de la ceguera por uno mismo.